2 de agosto de 2013 a la(s) 0:47
Las colectividades nacen allí donde varias personas se agrupan para
compartir y trabajar por sus intereses; de ahí que existan incontables
clubes y sociedades destinadas a un sin fin de intereses particulares
como el cuidado del medioambiente, el cambio social, las motos y
automóviles, las razas de perros o gatos, e incluso las armas de fuego.
En otras palabras, el NOSOTROS siempre nace en la aglomeración de varios
YO que comparten anhelos, objetivos y hasta bienes materiales
destinados en una misma dirección. Para que una actividad o grupo de trabajo sea llamado “colectivo”, es necesario cumplir con ciertos requisitos: a) que todos los involucrados participen voluntariamente, b) que en asambleas horizontales decidan lo que se hará, c) que luego los individuos respeten las decisiones grupales y d) que finalmente cada quién sea responsable con los compromisos y obligaciones contraídas para la actividad que se planea.
Cumplimentando estos atributos se podría decir que existe una colectividad de corte horizontal o deliberativa. Sin embargo, no debemos dejar de observar que no alcanza exclusivamente con estos puntos sino que además los participantes deben en cierta medida evitar el Personalismo; por ser éste, en la mayoría de los casos, la causa del fracaso de las experiencias comunitarias y el nacimiento de las jerarquías verticalistas. Resulta importante remarcar que cuando decimos Personalismo no nos limitamos nada más que a sus formas extremas como la adopción de nombres propios por bandera de lucha política (como es el Cristinismo, Kirchnerismo, Menemismo, Castrismo, Peronismo, Stalinismo o cualquier otro “ismo” que lleve por subfijo un nombre o apellido); sino que su existencia en muchas ocasiones toma forma y lugar en los individuos comunes y corrientes sin que ellos sean siquiera consciente.
Para el buen funcionamiento de una colectividad es altamente necesario que los individuos velen por disminuir al mínimo el Personalismo propio. Esto significa dejar de percibir al YO de uno mismo como algo separado, ajeno y distante del YO presente en los otros. Sin ésta disminución del YO, tarde o temprano emergen desacuerdos y trabas grupales que provienen del hecho que a las persona les cuesta ceder terreno cuando sus intereses personales se ven afectados por un cambio de rumbo en las decisiones colectivas. Las experiencias fallidas que podríamos citar sobre de teatros, centros culturales o multiespacios artísticos que finalmente ceden a las presiones económicas o legislativas del Estado por no saber “colectivizar” el proyecto (casi siempre por el temor de los fundadores a éste pierda su carácter original) son incontables y cada quien encontrará a su alrededor un ejemplo que le sirva para graficar éstas palabras.
La horizontalidad y la deliberaciónsin duda son un límite institucional claro al despotismo de uno o varios. Pero no debemos perder de vista que por más horizontal o democrática que sea la toma de decisiones grupales, nada impide que tarde o temprano surjan divisiones internas en el grupo debido a que un individuo personalista termina por imponer (sin violencia y dentro del marco institucional acordado) sus intereses personales por el simple hecho de ser más insistente, perseverante, manipulador o convincente que los demás; lo que claramente pondrá fin al ideal original de colectividad horizontal. Por eso decimos que sin ésta “poda” consciente del personalismo propio y ajeno, se corre serio peligro de convertira las instancias de construcción comunitarias (asambleas, plenarios, jornadas) en poco más que instancias burocráticas.
Participar activamente de un colectivo, sin duda, conlleva aprender a no sobreidentificarse exageradamente con uno mismo; a no considerar que los propios pensamientos, emociones o intereses son más importantes o mejores para el destino colectivo que lo que sostiene, cree o quiere la mayoría, razón por la cual debo convencerlos de su error e iluminarlos con mi parecer. Como de igual modo también se debe tener el coraje de exponer públicamente el personalismo ajeno para evitar que éste crezca y se apodere del colectivo.
Es un doble desafío. En parte debemos ser rígidos con ésta postura pero al mismo tiempo debemos mantenernos flexibles y permeables a las ideas, correcciones o cambios de rumbo que puedan llegar a surgir en nosotros y en el resto del grupo. Es importante adaptarse a los cambios de dirección colectiva como lo hacen los peces en un cardumen, que pese a ser cientos o miles, nunca chocan los unos contra otros debido a que ninguno de ellos se empecina en ir donde se le plazca sin tener en cuenta al resto. Y esto sucede porque los cardúmenes poseen en su esencia el conocimiento ancestral, evolutivo y genético de que la unión siempre hace a la fuerza; y que lo que verdaderamente importa no es el éxito ni el brillo del individuo sino el de la colectividad que permite y facilita la concreción de la supervivencia individual.
Capítulo 51 del Libro del Tao Te Ching:
El Tao les da la vida,
el Espírtu los cría,
la Materia les da forma,
el Entorno las perfecciona.
Su venerabilidad al Tao
y su alto valor al Espíritu
no les viene por decreto ajeno
sino que lo tienen perpetuamente de sí mismos.
Así, el Tao les da la vida:
y el Espíritu las sustenta, las hace crecer,
las conserva, las protege, las alienta,
las alimenta y las cubre bajo sus alas.
Les da vida y no se los apropia,
los hace y no se apoya en ellos,
les da crecimiento y no los domina;
esa es el Espíritu primigenio.
Dar la vida sin atribuirse nada,
hacer la propia labor sin acumular nada por ello,
ser un líder, no un carnicero,
a esto se llama la Virtud escondida.
Texto por David Piedrabuena de Editorial Tinta China
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