En Argentina y en el año ‘83, con el retorno de la
“Democracia” -y después de haber vivido una Dictadura terrible durante siete
años-, sucedió algo llamativo: hubo un vuelco masivo, en especial de la
juventud, hacia los partidos políticos, incluso hacia los de izquierda. Mucha
gente llegaba sola a los locales partidarios, las movilizaciones eran muy
concurridas. Cualquier boludo que se paraba a gritar fuerte un par de consignas
en una esquina, reunía 20, 30 personas sin mucho esfuerzo. Como los milicos
habían prohibido los partidos políticos varios creíamos, automáticamente, que
deberían ser algo maravilloso.
Con el tiempo y el andar, numerosos activistas nos dimos cuenta que los métodos de estas organizaciones eran bastante parecidos a los de los militares; y en los medios está el fin. Eso hizo que lentamente la gente se alejara de ellos, planteándose la necesidad de crear nuevas herramientas para luchar.
Con el tiempo y el andar, numerosos activistas nos dimos cuenta que los métodos de estas organizaciones eran bastante parecidos a los de los militares; y en los medios está el fin. Eso hizo que lentamente la gente se alejara de ellos, planteándose la necesidad de crear nuevas herramientas para luchar.
Por eso, después del estallido social del 2001, la multitud no
sólo no fue en busca de los partidos sino que creó sus propias organizaciones
políticas y sociales (las Asambleas Barriales) con un funcionamiento que
reflejara sus deseos más genuinos: horizontalidad, consenso, autonomía,
pluralismo, solidaridad. El régimen, ante semejante atrevimiento atacó duro con
la policía y sus provocadores, pero su tarea fue completa recién cuando los
partidos de izquierda desde adentro -con sus miserias y sus mezquindades-
generaron la implosión que las hirió de muerte. Para estos partidos, las
Asambleas fueron un estorbo, pero lo que nunca entendieron fue que dejaron una
marca indeleble en la subjetividad popular.
La experiencia corta pero intensa de las Asambleas, alimentó
los sueños de muchos que vimos cómo es posible construir el Mundo Nuevo aquí y
ahora. Esto fomentó búsquedas hacia otras formas de militancia y participación
en organizaciones de nuevo tipo, ya que en ningún lado está escrito que la
realidad no se pueda cambiar hoy, salvo en la biblia de los conformistas. A propósito
de esto, uno de los teóricos contemporáneos del situacionismo, el
norteamericano Hakim Bey, en su excelente libro Zona Temporalmente Autónoma se pregunta: “¿Es que estamos condenados, los
que vivimos el presente, a nunca experimentar la
Autonomía, a nunca habitar ni por un momento una tierra regulada sólo por la
Libertad? ¿No nos queda otra opción que la nostalgia del pasado o la nostalgia
del futuro? ¿Tendremos que esperar a que la totalidad del mundo sea liberado
del control político, antes de que uno sólo de nosotros pueda afirmar conocer la
Libertad? La lógica y la emoción se alían para condenar tal posibilidad. La
razón establece que uno no puede luchar por aquello que no conoce, y nuestro
corazón se rebela frente a un universo tan cruel como para imponer tal
injusticia a nuestra generación, sola ante la
Humanidad”.
En estos antecedentes hay que intentar rastrear el origen de la FLIA, una de las tantas ideas e iniciativas
surgidas de todo un devenir histórico, continuidad de un sendero imaginativo y
libertario.
La FLIA es una organización que no tiene centro,
ni adentro, ni afuera. Cualquiera puede integrar un grupo FLIA; se puede ser
parte de ella y al mismo tiempo de otras organizaciones, siendo esto último
incluso, algo que la enriquece. Da una respuesta concreta desde la
Autogestión,
a una tendencia: la gente que cada vez más, deja su pasividad y busca diversos
medios para expresarse y comunicar. La FLIA crea la Feria, que básicamente es un mercado, pero no
en el sentido capitalista, sino en el sentido comunitario, social. Es un ámbito
donde, por ejemplo, se realizan miles de transacciones comerciales sin que
intervenga el Estado, es decir, donde no se debitan impuestos con los cuales se
sostiene esta infernal estructura burocrática de control (policías, jueces,
inspectores, periodistas, obispos, etc.). Además, es un lugar donde compartir
saberes, donde expresarse libremente y -tanto o más importante- donde celebrar
un encuentro, festivo y único, esperado con paciente ansiedad. Claro que no todo
es tan lineal ni tranquilo dentro de las FLIAs; en las discusiones internas, se
podría decir que existen dos posturas mayoritarias que intentan convivir: la de
los que ven en la FLIA un espacio de expresión artística,
cultural, y la de los que lo ven como un lugar desde donde resistir y
conspirar. Con toda una rica gama de posiciones intermedias pero también, con
relaciones impregnadas de mucho afecto y comprensión.
Y FLIA La Plata nació sin proponérselo, floreciendo en una estación equivocada, aprendiendo y radicalizándose, colectivizando esta idea en los centros sociales, concluyéndose nómade y errante, transitando un camino desconocido pero sobre todo, contagiando Rebeldía a lo largo de su recorrido. Siempre.
Y FLIA La Plata nació sin proponérselo, floreciendo en una estación equivocada, aprendiendo y radicalizándose, colectivizando esta idea en los centros sociales, concluyéndose nómade y errante, transitando un camino desconocido pero sobre todo, contagiando Rebeldía a lo largo de su recorrido. Siempre.
Rubén Bocasucia
Un integrante de la FLIA La Plata
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