¿Sabían que muchos de los más conocidos
escritores mundiales de los últimos tiempos tuvieron que auto-editar en forma
independiente sus obras, que hoy son conocidas como los grandes clásicos de la Literatura Universal?
¿Sabían
entonces, que muchas de las grandes obras de la poesía y el pensamiento humano
fueron auto-gestionadas, y que muchas de ellas fueron rechazadas por las
editoriales y los círculos intelectuales dominantes, y hasta en varios casos
fueron ignoradas y perseguidas por una o más facciones del sistema: jueces,
medios periodísticos hegemónicos, círculos académicos, militares, etc.?
Algunos
ejemplos:
Edgar
Allan Poe, gran escritor norteamericano, autoeditó su primer libro: Tamerlán y otros poemas.
Walt
Whitman –otro gran poeta yanqui- autoeditó su best-seller más célebre: Hojas de hierba.
Arthur
Rimbaud –gran poeta francés- autoeditó también su boom literario: Una temporada en el Infierno.
Isodoro
Ducasse –o Conde Lautreamont- gran poeta uruguayo en lengua francesa- autoeditó
sus controversiales y extravagantes Cantos
de Maldoror.
(Ambas
obras las de Rimbaud y Lautramont: ni siquiera fueron distribuidas por las
imprentas-editoriales a las que pagaron para auto-editarse).
El gran
poeta romántico inglés Percy Shelley autoeditó sus primeros libros de poesía
–financiados por su padre más precisamente (incluso su panfleto anarquista La necesidad del ateísmo).
Antonin
Artaud –gran poeta francés- autoeditó sus primeros libros como El arte y la muerte.
Dos de
las grandes novelas norteamericanas modernas como En el camino de Jack Kerouac, y La
conjura de los necios, de John Kennedy Toole: fueron rechazadas por más de
diez años por las editoriales, y ninguna de las dos novelas de K T fueron
publicadas en vida del autor. El hoy multileído y llevado al cine una docena de
veces, Philip Dick, también fue varios largos años rechazado por las
editoriales comerciales. Y el poeta del rock Jim Morrison también autoeditó sus
libros de poemas.
Trópico
de cáncer (que
estuvo varios años censurada) de Henry Miller fue auto-editada -en realidad fue
garpada por la amante-amiga de Miller, la escritora Anais Nin, que también
autoeditaba sus libros- y los editores
se negaban a publicarla.
Entre otros muchos grandes
clásicos del primer mundo que se autoeditaron encontramos a Alejandro Dumas,
Ernest Hemingway, Stephen King, Thomas Paine, Upton Sinclair y Mark Twain. Otro
gran escritor que se autoeditó en algún momento es el ruso Fedor Dostoiesky,
con su revista Diario de un escritor,
y así mismo el francés Guillaume Apollinaire. También los poetas surrealistas
André Breton, Louis Aragon, Philip Soupault, Paul Eluard, Jean Arp, Francis
Picabia, Maurice Blanchard, Roger Vitrac, Benjamin Péret, Marcel Duchamp y muchos
más, deben autoeditar sus revistas y libros (La Unión Libre de Breton, ni siquiera lleva
nombre de autor ni editor). Así igual los dadaístas como Tristan Tzara.
En nuestras tierras, el
archiconsagrado Jorge Luis Borges autoeditó su primer libro Fervor de Buenos Aires –garpado en
realidad por su padre-. Lo mismo hizo Adolfo Bioy Casares, con sus primeros
libros, y la célebre poeta Alejandra Pizarnik autoeditó sus dos primeras obras
–también pagados por sus padres. Juan Gelman también autoeditó sus primeros
libros –con una cooperativa de poetas amigos-. Y Ernesto Sábato, Oliverio
Girondo, Juan Filloy y Antonio Porcchia, entre muchos otros, también siguen en
la larga lista de escritores locales autoeditados en su momento, y hoy en manos
de las grandes editoriales.
Entre muchos
otros autores latinoamericanos que se autoeditaron encontramos a José Martí, José Lezama Lima, Juan José Arreola; o también coeditándose
con editores independientes amigos, están Carlos Fuentes, y Elena Poniatowska,
y hasta Julio Cortázar debió pedir a un amigo que financie su primer libro,
como edición de autor. Y Héctor Oesterheld, autor de El Eternauta, o Abelardo Castillo, y Raúl Gustavo Aguirre, y hasta
el peruano José Carlos Mariátegui, por nombrar otros casos diferentes, también
tuvieron que crear sus propias revistas para autopublicarse libremente.
Pero
sepan que esto no es una investigación exhaustiva: hay muchos, muchos más
escritores y escritoras que recurrieron a la edición independiente de sus
obras.
“El conjunto de la
literatura comercial masiva es de una pobreza lamentable”, decía el filósofo Michel Foucault
en uno de sus últimos reportajes, y hoy, treinta años después, la cosa sigue
igual o peor: el conjunto de la
literatura comercial contemporánea que editan las grandes editoriales caretas,
es de una pobreza lamentable, diríamos foucaultianamente, o es una porquería, diríamos
artaudianamente: toda esa “gente
literaria es puerca y la de esta época especialmente” aseguraba Artaud, con
cierta actualidad, hace casi un siglo. Y no por nada Julio Cortázar hablaba de
las megacomerciales Ferias del Libro, donde suelen reunirse “la gente
literaria”, como “ferias de las vanidades
editoriales”.
El fenómeno editorial es verdaderamente moderno,
especialmente aparece en el siglo XIX, y crece y se consolida y explota en el
siglo XX: los libros antiguos, tales como el Rig Veda, el Popol Wuj,
el I Ching, etc., no eran libros
comerciales. El negocio editorial es en realidad un negocio capitalista,
liberal, alimentando por sus ideales comerciales de rentabilidad y de
funcionalidad al sistema. Pero ante todo es un negocio imperial, y no por nada La Biblia es el primer best-seller de la
historia mundial. Y cuando una obra literaria cuestiona a la megamaquinaria
capitalista imperial, o sus códigos lingüísticos, será primero rechazada, y
tardará más en ser aceptada -o fagocitada- por el “mercado”.
En
Argentina más de un centenar de escritores fueron perseguidos y asesinados por
la última dictadura militar (aparte de los conocidos Walsh, Urondo, Conti, Bustos,
Oesterheld, etc.) en lo que Cortázar llamó un “genocidio cultural”, y sus libros y tantos otros más, fueron prohibidos
y quemados por los milicos.
Decíamos
que el fenómeno editorial es capitalista y moderno, pero no así la persecución
y prohibición de libros, por el sistema dominante: hubo varias quemas de libros
en la Biblioteca de Alejandría, en África, y la más
grande fue en el siglo IV, por obra de la persecución fanática de la
Iglesia Católica aliada al Imperio Romano: ellos quemaron los libros de los gnósticos
paganos y otros autores herméticos y esotéricos, cuyas palabras, poemas e
ideas, cuestionaban las bases de la sociedad católica-imperial, y esas
persecuciones y quemas de libros desembocarían en el período más oscuro
–intelectual-cultural y científicamente- de Europa y el Viejo Mundo: el
Medioevo, y durante la Inquisición se siguieron quemando pilas y pilas
de libros subversivos (además de brujas y alquimistas).
Otra
gran quema masiva de libros sucedió en los siglos XV y XVI, cuando los
conquistadores europeos invadieron nuestras tierras indoamericanas. Se quemaron
códices y rollos de libros (wuj, los llamaban los mayas) de nuestros pueblos originarios,
por los “curitas” cristianos, y después la historia oficial nos engañó diciendo
que eran pueblos salvajes sin escritura. Muchos de esos códices fueron
secuestrados por curas y banqueros, y hoy permanecen ocultos o son propiedad
privada de Universidades o del Vaticano.
El otro
gran antecedente que tienen las quemas de libros revolucionarios y valiosos,
fue durante el nazismo, durante la segunda guerra mundial, ya que Hitler
también mandó a secuestrar y quemar millones de libros subversivos. Y en la
guerra fría o tercera guerra mundial, con el macarthismo en EEUU, también se
persiguió y se mandó a quemar libros como los del psiquiatra Wilhelm Reich, que
también autoeditaba sus libros reevolucionarios. Pero no sólo el capitalismo y
el nazismo quemaron libros “peligrosos” inquisitoriamente, y encerraron a sus
autores, el bloque soviético comunista también persiguió escritores y quemó
varios libros subversivos.
Actualmente tenemos una suerte de persecución neoliberal
silenciada de los grandes medios así como de los oficiales, que prefieren
ignorar a los libros independientes (y además a este movimiento artístico y a
la vez red continental de ferias de libros independientes autogestivas que es la FLIA). Tal es lo que pasa con la gran
mayoría de libros independientes, que prácticamente no tienen eco en las
cadenas de librerías comerciales ni en sus ferias de vanidades, ni en los
suplementos y revistas literarios de los grandes medios de desinformación, ni
en los pocos programas de radio y TV oficiales del tema.
Esto no
es una alucinación paranoica: la Historia nos demuestra que la persecución de
ciertos libros que el sistema imperial prefiere estén al margen o desaparezcan,
es sistemática y lleva miles de años. El libro- o ciertos libros agitadónicos:
son un arma peligrosa, un antídoto contagioso contra el virus occidental que
oxida mentes. (De hecho en las últimas ferias del libro oficiales en Estados
Unidos, los escritores independientes denunciaron públicamente que fueron
discriminados y censurados.)
Los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guatari
hablaban de libros-máquinas-de-guerra que cuestionaban al sistema. Cuando
hablamos de libros independientes –del tercer mundo, como el nuestro-
preferimos pensar en libros-máquinas-guerrilleras.
Y
Foucault hablaba del libro como una caja-de-herramientas para combatir al Biopoder
Sistemafioso.
Entonces cuando se acerquen a la FLIA o a alguna obra
literaria-intelectual auto-editada por su autor o autora, o por alguna nueva
editorial independiente, y poco conocida, acuerdensé esto: que el negocio editorial es una gran farsa
-así como los suplementos y programas culturales que viven de hacerle
propaganda-, que ahora se llenan de plata con las obras que alguna vez rechazó
(por décadas o más tiempo). Y que así como en otros tiempos rechazaba las
mejores obras literarias e intelectuales de su tiempo: hoy lo sigue haciendo. Y
por eso esas obras hay que buscarlas en lugares como la FLIA, entre ediciones baratas de
escritores independientes que se autogestionan. Ahí encontrarán algunos de los
libros-máquinas-guerrilleras que harán arder este sistema. Porque como bien
saben hace miles de años las autoridades y los artistas, la cultura puede ser
conformista o subversiva, “puede
consolidar o derrocar regímenes” (Edgar Montiel).
Xuan Pablo González
Integrante de la
Comisión Prensa y Difusión de la FLIA
2 comentarios:
Me encantó el artículo. Muy esclarecedor
Muy buen artículo. Me encantó
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